martes, 6 de julio de 2010

La cuerda floja y tirante (2)

Cuando Leo no estaba con ella, pasaba muchos momentos recordando cómo movía sus caderas cuando hacían el amor. No podía evitar masturbarse cada vez que la imaginaba, porque Verónica era excepcionalmente buena en la cama. Y eso, para todos los hombres, era un punto muy positivo.

Siempre recordaba sus hombros, tenían la curvatura deseada incluso por muchos chicos novatos cuando se apuntan al gimnasio; sus pechos eran de los que ocupaba un gran espacio, no podías dejar de mirar y siempre se te venía la cabeza lo del “insert coin”.  “Agresivos, saboreables, dibujados con pincel”,  por decir tres de los adjetivos calificativos que en su pasión por la fisonomía del cuerpo Leo ponía a sus…-dejémoslo ahí-.

Y por último, su culo. Cuando Leo se masturbaba casi todas sus imágenes sensoriales se iban al culo de Verónica: la redondez y voluptuosidad de aquellas formas pedían adentrarse en él descaradamente. 

Por dentro, Leo reconocía que Verónica era la chica con más fuerza y carácter que nadie hubiese podido imaginar. Un enfado de ella acababa, en muchas ocasiones, con toda la energía de Leo. Aunque él muchas veces decía que lo que más cachondo le ponía era su mal genio.

No, definitivamente Leo no podía decirle que no.

Tragó saliva, guardó unos instantes de confusión, y contestó:

- Claro, Verónica, ¡cómo no vamos a vivir juntos! Será…genial.

El corazón de Leo empezó a latir con mucha fuerza al tiempo que sentía una especie de cuerda atada a los pulmones. La sensación de no poder respirar empezó a apoderarse de él. Llevaban 2 años de relación. Pero últimamente había algo dentro de Leo que no le dejaba dormir bien.

Verónica lo miró en silencio durante cinco segundos que parecieron eternos. No sabía muy bien si gritarle o abrazarle. Finalmente le abrazó.

- Leo, no te preocupes. Nuestras vidas seguirán siendo las mismas. Nada va a cambiar, excepto que ahora disfrutaremos de pasar más tiempo juntos. Muchas veces te has quejado de que paso semanas enteras sin verte. Mi trabajo es duro, tengo que estar constantemente al pie del cañón.

Verónica cambió por un segundo la expresión de su cara, como si una imagen vergonzosa se hubiese figurado en su mente, pero al momento mantuvo su posición, respiró hondo y continuó:

- Te deseo, Leo, de la única forma que solo tú puedes conocer.
- Lo sé, Vero, no tengo problema con nada de esto. Tranquila, en realidad me apetece.
- Entonces, ¿por qué tienes esa cara? ¿Y por qué estás tan borde?
- ¿Qué cara? No tengo ninguna cara. Y no estoy borde, joder, solo intento…¡Hace demasiado calor, Verónica! ¡Así no puedo hablar!
- Tienes cara de desencajado, como si esto no te apeteciera en absoluto, como si pensaras que yo fuese a atarte, a ser una de esas novias posesivas y dominantes. Esa es la cara que tienes.
- Joder, Vero, no empieces, no pienso nada de eso. Me apetece vivir contigo, te lo acabo de repetir, solo necesito poner en orden mis cosas. Estás empezando a sacar conclusiones por la expresión de mi cara. Y la cara que tengo es producto de muchas preocupaciones internas, no solo el irme a vivir contigo.  Tengo cosas en qué pensar, nada más.

Leo sabía que no estaba siendo muy claro con Verónica, y además, sabía perfectamente que ella no se quedaba tranquila con ese tipo de respuestas, pero ahora mismo es la única que podía permitirse.

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1 comentario:

  1. Sabes mi opinión sobre la importancia relativa del sexo y ésta me parece una relación condenada a morir arrugándose prematuramente.

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