lunes, 19 de julio de 2010

La cuerda floja y tirante (4)


CAP II

Ese mismo Lunes, Verónica se despertó cuando el reloj marcó las 6 y media. Una hora después debía estar en la academia para ayudar en la nueva coreografía a su pareja de baile, Nicolás.

Verónica llevaba dos años ejerciendo para la escuela de baile que ella había levantado con horas de pasión, de sueño, de insomnio, de vacaciones y discusiones. Horas que no entendían de horario definido ni de organigramas establecidos. Su principio diario era bailar todos los días de su vida, y el resto era vivir todos los días como si fuera el último baile. Eso se decía, y al final siempre acababa pensando algo diferente.

Nicolás llegó a las 6:45 a la academia, encendió las luces, se deshizo de su camiseta y se puso los pantalones de algodón fino para su clase salsa. Miró durante un rato aquel lugar que le parecía, de repente, tan solitario, y apretó el puño durante un segundo que bastó para soltar un grito sordo. Al abrirlo se dio cuenta de que se había rasgado la palma de la mano derecha.

Solía llegar cuando Verónica ya estaba en la academia ensayando por cuarta vez la coreografía, pero ese día sabía que ella llegaría más tarde. Cerró con la llave que ella le entregó meses atrás, y dejándolas encima de la mesa donde Verónica colocaba siempre su bolsa de baile, dejó también una pulsera de hilo y cuero que le regaló. Cuando ella llegase solo tendría que meter en la bolsa las llaves y la pulsera.

- Se ahorrará las preguntas-, pensó Nicolás.


Verónica llegó a las 7:32 cuando encontró a Nicolás ensayando en la academia:

- ¡Joder! ¡Menudo susto! Emmm…hola, Nicolás. No te esperaba aquí todavía- exclamó Verónica con los pómulos tensos y la mirada fija en el torso desnudo Nicolás.

- He llegado a las 6:45, me apetecía ensayar solo. 

- ¿Has conseguido que te salga por fin el último paso de la coreografía? – preguntó Verónica intentando eludir la sensación de frustración que le transmitía Nicolás-.

- Creo que me va saliendo, no es que sean pasos difíciles, pero no estoy acostumbrado a coreografías de salsa, prefiero las coreografías de danza moderna o hip hop, pero eso ya lo sabes.

- Tu problema, Nicolás, es que no quieres aprender salsa. Y si no aprendes a mostrar la sensualidad del cuerpo, jamás aprenderás este tipo de baile.

- ¿Sensualidad del cuerpo? ¿Para qué quiero mostrarla? ¿Para provocar a quién, Verónica? ¿A quién? - dijo Nicolás intentando ir más lejos de la conversación-.

- Nicolás, vas a tener que centrarte en la coreografía. Si no estás mentalmente en los pasos, mejor vete a casa y acércate más tarde.

- ¡Estoy bien! Es solo que no soporto estos movimientos tan tontos. Que si los pasos tienen que ser redondos, que si tengo que moverme de un lado a otro, que si debo tratar el cuerpo de la mujer como si fuésemos Uno. ¡No! ¡No, puedo!

- Evidentemente te faltaba la otra parte, por eso te digo siempre que no ensayes solo. Somos pareja de baile y tenemos que hacer la coreografía como si los ojos de uno fueran los mismos ojos del otro que está mirando. Tus manos siempre deben desear estar en el cuerpo femenino.

Verónica le agarró sus muñecas y las posó en su fina cintura haciendo ademán de empezar a bailar. Pero Nicolás se retiró rápidamente-.

- ¡No puedo aguantar esto, Verónica! ¡Sabes que no puedo!

- Nico, márchate. Cuando estés dispuesto a bailar, vuelve. Mientras, no quiero tenerte aquí. En mi escuela solo hay personas que quieren dedicarse a esto en cuerpo y alma, si no, más vale que te busques otro trabajo. Si tienes problemas personales trátalos fuera.

- ¿Tú crees que puedo tratarlos fuera? ¿Podrías tú? – dijo Nicolás como si quisiera fulminarla en aquel instante-.

- No vayas por ahí, Nico – ella empezó a subir el tono de voz-.

- Pues no me vengas con chorradas.

- ¡Largo! – inquirió Verónica-

- ¿¿Qué?? – Nicolás se atragantó con su propia saliva y comenzó a
toser-.

- He dicho largo de aquí. Estás despedido.

- ¡No puedes…! – Nicolás seguía tosiendo-.

- ¡Sí puedo! Y ya lo he hecho.

Verónica se dio la vuelta, bajó la cabeza y tuvo que coger aire. Nicolás se quedó unos segundos en silencio sin reacción ninguna. Pero no pudo resistir la situación y corrió hacia Verónica, tiró de uno de sus brazos, la enlazó consigo mismo en una pirueta y pulsó con el mando a distancia hacia el equipo de música la canción número 7.

Verónica lo miró fijamente siguiéndolo en cada paso, aún con el gesto serio-no esperaba la reacción de Nicolás-, pero pronto recuperó su estado y fue ella quién empezó a dibujar el marcaje de los movimientos. Desabrochó su camisa a la mitad y se hizo un nudo a la altura del ombligo. Nicolás permaneció con el torso desnudo, aunque esta vez, más metido en su papel, sin quitarle ojo de encima a Verónica.

Él recordó que un sentimiento de dolor, contradicción o negatividad bastaba para focalizarlo en el baile. Lidiar con la rabia era como luchar con la pasión. Ambos sentimientos eran la pareja perfecta en la pista - Verónica se lo enseñó-. Ese día, trabajaron hasta las 11 de la noche. 

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martes, 13 de julio de 2010

A la cima

Por una parte, podría decir que la he tocado;
por otra parte, podría decir que no.
De una cima se sacan tantas cosas
y de un suelo aún se sacan más. 
Por esta última parte de la estrofa
yo casi me llevo la antorcha.

Por haber tragado tierra en vez de agua,
por haber creido en algo 
y haberme chocado al andar;
por haber visto caminos despejados,
cuando luego ves que hay serpientes
que engañan con un solo mirar.

Podría haberla tocado,
hay días que así lo pienso,
y otros días que no,
sigue doliendo igual
llevarte más golpes que nadie.

Aunque todos te digan
que aprender, aprendes más. 

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lunes, 12 de julio de 2010

La cuerda floja y tirante (3)

- Vale, Leo, voy a casa, tengo que preparar una coreografía de salsa. Hablamos mañana.
- Espera, te acompaño.
- Como quieras.

Verónica apretó el puño y, por el tono de su respuesta, Leo intuyó que mejor callarse a soportar lo que venía después. Abrió la puerta del coche sin prestar atención ni a sus pensamientos. Arrancó y salió disparada de aquel parque que pedía a gritos que algún jardinero lo cuidase un poco. Todavía seguían presentes aquellas imágenes que se le sobrevenían a la cabeza como un volcán en plena erupción.

Leo permaneció callado, lo único que empezó a distraerle fue la visión de los pantalones tan cortos y ceñidos que llevaba Verónica. El movimiento de sus piernas mientras conducía empezó a ponerlo nervioso, pero pensó en permanecer quieto y controlar sus impulsos en una situación como aquella.

Verónica pidió a Leo que le acercara la botella pequeña de agua que tenía en la bolsa de baile. Estaba intentando sujetar bien el volante a la par que bebía de la botella, pero fue lo bastante difícil como para echarse parte del agua encima y mojarse la camiseta blanca sin tirantes que llevaba puesta. El calor de agosto lidiaba con su piel y el aceite que llevaba extendido estaba convirtiéndose en un sudor que exaltaba aún más la brillantez de sus curvas.

Leo se dio cuenta de que la camiseta de Verónica le ejercía presión en sus pechos, de modo que ella terminó por doblarse hacia abajo el elástico que dejaba entrever la redondez de sus senos. Él empezó a notar una cierta presión dentro de sus Hugo Boss.

- Vero –la miró intentando apaciguar su enfado. Intentó cogerle la mano pero ella se la denegó. Al observarlo de frente se percató del estado físico en el que estaba Leo y dentro del coche empezó a acumularse más calor de lo previsto.

- Dios, no puedo conducir bien- empezó a pensar Verónica- , y de un segundo muy angustioso pasó a un momento en el que lo único que le incomodaba eran las nuevas braguitas brasileñas que se había comprado. Ya las había mojado.

Verónica aparcó el coche en el garaje de su casa– la casa rural de Valencia la dejaba para los fines de semana que quería escapar de Madrid-.

Sacó la llave con las manos sudorosas, pero Leo la agarró de la muñeca, se subió encima de sus piernas y con su miembro muy lubricado empezó a juguetear con el pantalón corto de Verónica, sin dejar a esta más que la sorpresa de empezar a suspirar. Rápidamente frotó la punta de este por fuera de sus braguitas y a saborear sus pechos entre cortos besos.

Sin esperar más tiempo, Verónica se saltó todos los preliminares y separó a Leo de un salto, lo sacó del coche casi arrancándole el brazo y lo dirigió hacia el maletero, donde con el pantalón a media rodilla, dio media vuelta y le pidió que la penetrara con fuerza.  Verónica apoyó sus brazos en la puerta del maletero y curvando su culo hacia atrás empezó a morderse el labio inferior.

Leo la agarró de las caderas y comenzó a moverse intensamente hacia delante y atrás. Luego, empezó a meter sus dedos.

El garaje daba sensación de sauna. Leo quería estar dentro de Verónica, sin saber si castigarla o rendirse ante ella. En aquellos momentos la deseaba como nunca, así que la subió al maletero, la puso frente a él y colocó, sin cuidar sus movimientos, las piernas de ella encima de sus hombros.

Seguidamente posó sus labios en el clítoris de ella, los acarició con la pasión de un loco saboreando toda su feminidad, con la fiereza de quién sucumbe al mayor placer de todos.

Después levantó su pierna derecha e introdujo, de nuevo, su miembro. Verónica le hincó las uñas en las muñecas y gritó a su oído:

-    Quiero que me dejes sorda cuando te corras.

Lo agarró de la cintura, y esta vez fue ella quien empezó a mover sus caderas y a llevarlo contra sí como si quisiera atravesar su cuerpo.

En la fracción de un mismo segundo gritaron a la vez. Se miraron, se perdieron el uno en el otro. Se sintieron desconocidos sin saber por qué, y conocidos de muchas vidas, por no necesitar nada más que aquel momento para vivir, simples miradas.  Y entonces el garaje quedó en silencio.

El corazón de Leo quedó en paz. Besó suavemente los labios de ella, secos de la sed. Verónica se levantó sin más, cogió su ropa interior y con una mirada confusa, dijo:

-    Prepararé un baño. 

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martes, 6 de julio de 2010

La cuerda floja y tirante (2)

Cuando Leo no estaba con ella, pasaba muchos momentos recordando cómo movía sus caderas cuando hacían el amor. No podía evitar masturbarse cada vez que la imaginaba, porque Verónica era excepcionalmente buena en la cama. Y eso, para todos los hombres, era un punto muy positivo.

Siempre recordaba sus hombros, tenían la curvatura deseada incluso por muchos chicos novatos cuando se apuntan al gimnasio; sus pechos eran de los que ocupaba un gran espacio, no podías dejar de mirar y siempre se te venía la cabeza lo del “insert coin”.  “Agresivos, saboreables, dibujados con pincel”,  por decir tres de los adjetivos calificativos que en su pasión por la fisonomía del cuerpo Leo ponía a sus…-dejémoslo ahí-.

Y por último, su culo. Cuando Leo se masturbaba casi todas sus imágenes sensoriales se iban al culo de Verónica: la redondez y voluptuosidad de aquellas formas pedían adentrarse en él descaradamente. 

Por dentro, Leo reconocía que Verónica era la chica con más fuerza y carácter que nadie hubiese podido imaginar. Un enfado de ella acababa, en muchas ocasiones, con toda la energía de Leo. Aunque él muchas veces decía que lo que más cachondo le ponía era su mal genio.

No, definitivamente Leo no podía decirle que no.

Tragó saliva, guardó unos instantes de confusión, y contestó:

- Claro, Verónica, ¡cómo no vamos a vivir juntos! Será…genial.

El corazón de Leo empezó a latir con mucha fuerza al tiempo que sentía una especie de cuerda atada a los pulmones. La sensación de no poder respirar empezó a apoderarse de él. Llevaban 2 años de relación. Pero últimamente había algo dentro de Leo que no le dejaba dormir bien.

Verónica lo miró en silencio durante cinco segundos que parecieron eternos. No sabía muy bien si gritarle o abrazarle. Finalmente le abrazó.

- Leo, no te preocupes. Nuestras vidas seguirán siendo las mismas. Nada va a cambiar, excepto que ahora disfrutaremos de pasar más tiempo juntos. Muchas veces te has quejado de que paso semanas enteras sin verte. Mi trabajo es duro, tengo que estar constantemente al pie del cañón.

Verónica cambió por un segundo la expresión de su cara, como si una imagen vergonzosa se hubiese figurado en su mente, pero al momento mantuvo su posición, respiró hondo y continuó:

- Te deseo, Leo, de la única forma que solo tú puedes conocer.
- Lo sé, Vero, no tengo problema con nada de esto. Tranquila, en realidad me apetece.
- Entonces, ¿por qué tienes esa cara? ¿Y por qué estás tan borde?
- ¿Qué cara? No tengo ninguna cara. Y no estoy borde, joder, solo intento…¡Hace demasiado calor, Verónica! ¡Así no puedo hablar!
- Tienes cara de desencajado, como si esto no te apeteciera en absoluto, como si pensaras que yo fuese a atarte, a ser una de esas novias posesivas y dominantes. Esa es la cara que tienes.
- Joder, Vero, no empieces, no pienso nada de eso. Me apetece vivir contigo, te lo acabo de repetir, solo necesito poner en orden mis cosas. Estás empezando a sacar conclusiones por la expresión de mi cara. Y la cara que tengo es producto de muchas preocupaciones internas, no solo el irme a vivir contigo.  Tengo cosas en qué pensar, nada más.

Leo sabía que no estaba siendo muy claro con Verónica, y además, sabía perfectamente que ella no se quedaba tranquila con ese tipo de respuestas, pero ahora mismo es la única que podía permitirse.

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lunes, 5 de julio de 2010

La cuerda floja y tirante (1)


 CAP I

Leo se lo pensó unos instantes mientras Verónica lo miraba sin pestañear. El parque sudaba aire caliente, el césped estaba ardiendo como el fuego, y todos los viandantes parecían como si de repente se girasen hacia Verónica y la mirasen acusándola, culpándola de aquella pregunta. De pie, con las manos en los bolsillos de su pantalón corto y ceñido, apretaba los labios unos contra otros intentando que pareciese el gesto de lubricárselos.

Por fin consiguió mirar a Leo directamente a los ojos.

Imaginó que ella lo deseaba con todas sus ganas, que rezaba porque llegara aquel día. Se llevaban más o menos bien, tenían las típicas discusiones de pareja, pero practicaban sexo muy habitualmente y , en definitiva, lo habría hablado con sus amigas y ellas le dirían que ya era el momento perfecto de tener un “nidito de amor”. Eso pensaba Leo sentado en el banco frente a Verónica. Pensaba que era imposible que estuviesen a 43º de temperatura, que ella le hubiese hecho venir a aquel parque, el cual no arreglaban desde a saber , que esto no debería estar ocurriendo, que aquella misma tarde tenía que empezar a entrenar a una chica nueva que se había apuntado al gimnasio. Que se quería marchar del parque, era imposible permanecer allí. Pero ella lo estaba mirando y Leo intentó razonar antes de soltar una estupidez.

Verónica terminó su pregunta con las manos temblando, con la mirada de una niña que sabe que hay cosas que es mejor no preguntar, y respuestas que aún no son el momento de saber.

Pero ahí estaba, y a pesar de los nervios contenidos sabía que a una mujer como ella ningún hombre podría decirle que "no". Porque una mujer siempre sabe cómo amoldar a un hombre a su antojo, porque él la quería demasiado como para destrozar una relación por una "simple" respuesta, porque no iba a partirle el corazón. A ella no. Y porque, vivir con tu pareja no debía ser tan difícil - pensaba ella para sus adentros-.

Verónica tenía un conjunto físico que quitaba el hipo a cualquiera que pasara por la calle. Cuando miraba fijamente a los ojos, un hombre era capaz de enloquecer e imaginar en solo un segundo todas las fantasías de cama más guardadas en la mente masculina. Era la mujer que todos pensaban que no debería ser de nadie, porque nadie podía morir sin haberla disfrutado. Y sin embargo, el que la tenía, solo pensaba en no perderla.

Con los ojos y el cabello negro brillante,  labios jugosos como el melocotón recién cortado y el lunar en el “monte de Orión”, justo encima del labio superior, uno ya podía hacerse una idea de lo que sería el resto. Pero no, en realidad toda idea preconcebida era poca cosa.

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La cuerda floja y tirante (prólogo)

¡Muy buenas!


Como no acostumbro a poner entradas con saludos y demás, esta es una de ellas y espero que la primera que venga de muchas.

Bueno, a lo que voy, mi nuevo relato. Mi idea es subirlo por partes, párrafos, hoja, media hoja...no os lo puedo concretar, más bien, no quiero. Lo importante es que voy a intentar que sea equitativo en sus partes. Porque voy a escribirlo a la par que vosotros lo váis leyendo.

¿Por qué? Porque hace tiempo quería hacer algo así, porque es mucho más intenso dar pequeñas dosis de sensaciones que darlas todas de golpe, y porque quiero que sea tan realista que hasta me permita mejorar, improvisar y si es preciso -que lo será- tratarlo como un primer borrador, como toda novela o relato.

La historia es complicada, por ello he querido tratarla desde el interior de los personajes. He aplicado dos puntos fuertes, mi capacidad para implicarme en la dificultad de la psicología de las relaciones; y el mundo individual de las personas, el que viene unido a la parte terrenal e instintiva.

El sexo no dejará de estar presente, así como la frustración y las demás rosas con espinas que da la vida. El misterio es donde voy a deleitarme, así que no podré decir más.

Publicaré entre una y dos entradas semanales, dependiendo de la necesidad de la historia.

Ojalá sea capaz de haceos sentir una mínima parte de lo que siente cada personaje. Ojalá. 


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viernes, 2 de julio de 2010

Derrota

La derrota es la palabra negra en un espacio blanco.
Es el punto y aparte de una historia hundida y menguante,
el guión perdido, parado en la línea más fuerte
y en la parte más cercana a tocar la cima flotante.

La derrota tiene tantos nombres y ninguno sabemos
quererla. Es la caída del cielo y la presa del suelo.
Es la tierra manchada donde todos los pies son ajenos.

Es un alto en el camino que no debe durar
más de un pequeño momento. Un silencio.
No despreciemos la vida por no conocer
los códigos para descifrar sus secretos.

Quien no la haya tocado y se haya destrozado los dedos,
no entenderá jamás aquello de lo que estamos hechos.

No perezcais sin motivo, caminantes diurnos,
la noche no está hecha para llorar,
y la derrota no está hecha para dejarnos quietos.



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