miércoles, 9 de junio de 2010

Carta de despedida

9 de Septiembre, 1790
1:18 madrugada
París (FRANCIA)


Querido Amor:

La soledad es un poema lleno de rabia. Quiebran los gritos de dentro al trajín  de este silencio. Por fin el ruido se ha callado para dejarme escribir. Tengo tu voz haciendo muecas en los huecos de mis dedos, me guías en la letra como vigía del arte que más venero. Amor de mis entrañas, hoy te escribo a contraluz de mi tiempo, como si tocara las cuerdas de un violín que está Muerto. Duele tanto el dolor…Que te siento surcando el agua que arde en mis ojos.

Mi amado Alexandre, vienen tiempos de amargura, y tu ausencia ya es un cuchillo insoportable. No hay Poesía en el mundo si no sostengo tu mano. No hay fe, ni redención, si no apoyo tu mirada en la mía. No hay color en mis ojos, si los tuyos no bordean mis retinas. Vienen tiempos sin tiempo, horas que ya no pueden llamarse horas, y mundos que no pueden habitarse de mundo. No hay vida, amor Santo, más que tu mano temblorosa sujetándome el rostro con la palma de los labios.

Las calles son oráculos sangrientos. El desdén y el desprecio es la libertad de la represión, y el precio de la palabra es una dictadura con nombre de burguesía. No hay comprensión ni comprensivos. París es una lucha de hipocresía, de libertinos sin libertad. Y el amor que tanto cuesta en esta ciudad es una barbarie enraizada de apariencias, de justificaciones y firmas propietarias de protocolo social. Disculpa mi arrogancia, me quitaron los cuadernos, las hojas, los mil versos que fueron tuyos, y en el fuego todos arrojados, me obligaron verlos morir. Soy mujer, llevo blasón de hereje en el alma. Estos años lo saben, este mundo es así. Me quitaron hasta el último bocado de alma que te corresponde. Te esposaron, te quitaron mis alas, y te llevaron a las manos de Natalie. ¡Otra mujer!

He suplicado la muerte con los bronquios desquiciados, pero la parca no acude a salvarme. Yo no puedo, lo sabes, soy católica, no puedo clavarme un solo dedo. Ayer me violaron tres veces, y ni la sangre que derramé fue suficiente para desfallecer entera. No hay sonido ni luces por las calles. Las ropas me las quitaron al penetrarme, pero pude robar unas hojas y una pluma de algún bolsillo.

Ya queda poco. Tengo tuberculosis. Estoy tragando sangre por no toser más. Tengo mucho frío y a nadie se le ha caído, siquiera, un pañuelo roto para taparme. Espero que Dios no tarde mucho en venir. No sufras demasiado, por favor. Intenta, al menos, aprender a quererla. No sé si para cuando recibas mi carta habrá bajado Dios a recogerme. Ojalá no pase más días aquí.

Me llevo tus labios a los confines.

Te dejo, estoy vomitando. ¡Más sangre!

Catherine.



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2 comentarios:

  1. Precioso y triste a la vez.

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  2. Para serte sincero, me había olvidado de leer la carta. Acabo de hacerlo. Es muy dura, en tu línea. Rompe el alma, aunque creo que me ha faltado ambientación para echarme a llorar.

    Es de lo mejor que has escrito. Una elección exquisita de las palabras. Creo que la parte del robo de los papeles y la pluma queda un poco forzada, pero por lo demás ¡bravo!

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